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Todos conocemos la historia del Génesis 22:1-2, donde Dios le pide a Abraham que sacrifique a su hijo Isaac como prueba de su fe. Es una historia que nos puede parecer cruel, absurda e incluso contradictoria con el amor de Dios. ¿Cómo puede Dios pedirle a un padre que mate a su hijo? ¿Qué clase de prueba es esa? ¿Qué mensaje nos quiere transmitir esta historia?
Para entender el verdadero significado de esta historia, tenemos que ir más allá de la interpretación literal y verla como una alegoría de nuestra propia relación con Dios y con nuestro ser interior. La historia no se trata de un sacrificio físico, sino de un sacrificio mental y espiritual. Veamos cómo.
Abraham representa nuestra conciencia, nuestra capacidad de elegir y decidir lo que queremos ser y manifestar en nuestra vida. Isaac representa nuestro deseo, nuestro sueño, nuestra visión de lo que queremos lograr. Dios representa nuestra imaginación, nuestra fuente de poder y creatividad, la que nos da la semilla de nuestro deseo y nos guía para hacerlo realidad.
Cuando Dios le pide a Abraham que sacrifique a Isaac, no le está pidiendo que lo mate físicamente, sino que lo entregue a él, que lo suelte, que confíe en él. Le está pidiendo que renuncie a su apego, a su ansiedad, a su duda, a su miedo. Le está pidiendo que se desprenda de su razón humana y se entregue a su fe divina.
Abraham obedece a Dios y lleva a Isaac al monte Moriah, donde prepara el altar y lo ata. En ese momento, Abraham está dispuesto a sacrificar su deseo, a dejarlo morir en su mente, a aceptar la voluntad de Dios por encima de la suya. Está dispuesto a morir él mismo como el viejo hombre que era y renacer como el nuevo hombre que Dios quiere que sea.
Pero justo cuando Abraham está a punto de clavar el cuchillo en el pecho de Isaac, un ángel le detiene la mano y le dice: “No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (Génesis 22:12).
Entonces Abraham levanta los ojos y ve un carnero enredado por sus cuernos en un zarzal. Lo toma y lo ofrece en holocausto en lugar de Isaac. Y Dios bendice a Abraham y le promete multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar.
¿Qué significa esto? Significa que cuando Abraham entrega su deseo a Dios, cuando lo sacrifica en su mente, cuando lo deja ir con fe y confianza, entonces Dios se lo devuelve multiplicado y mejorado. El carnero representa el cumplimiento del deseo de Abraham, la manifestación de su visión en el plano físico. El carnero es la recompensa de Abraham por haber pasado la prueba de fe.
La moraleja de esta historia es que nosotros también podemos pasar la prueba de fe y recibir el carnero como recompensa. Para ello tenemos que hacer lo mismo que hizo Abraham: sacrificar nuestro deseo en nuestra mente, entregarlo a nuestra imaginación, confiar en nuestro poder creativo, soltar nuestro apego, renunciar a nuestro miedo y duda.
Cuando hacemos esto, estamos abriendo el espacio para que nuestro deseo se manifieste en nuestra realidad. Estamos permitiendo que Dios obre en nosotros y por nosotros. Estamos alineando nuestra conciencia con nuestra imaginación. Estamos viviendo desde el final.
Así que la próxima vez que leas esta historia o la escuches en la iglesia, no te quedes con la interpretación literal y superficial. Ve más allá y descubre el mensaje profundo y poderoso que encierra. Recuerda que tú eres Abraham y tú eres Isaac. Tú eres el que sacrifica y tú eres el sacrificado. Tú eres el que recibe el carnero y tú eres el carnero.
Y sobre todo, recuerda que tú eres Dios y Dios es tú.
Para entender el verdadero significado de esta historia, tenemos que ir más allá de la interpretación literal y verla como una alegoría de nuestra propia relación con Dios y con nuestro ser interior. La historia no se trata de un sacrificio físico, sino de un sacrificio mental y espiritual. Veamos cómo.
Abraham representa nuestra conciencia, nuestra capacidad de elegir y decidir lo que queremos ser y manifestar en nuestra vida. Isaac representa nuestro deseo, nuestro sueño, nuestra visión de lo que queremos lograr. Dios representa nuestra imaginación, nuestra fuente de poder y creatividad, la que nos da la semilla de nuestro deseo y nos guía para hacerlo realidad.
Cuando Dios le pide a Abraham que sacrifique a Isaac, no le está pidiendo que lo mate físicamente, sino que lo entregue a él, que lo suelte, que confíe en él. Le está pidiendo que renuncie a su apego, a su ansiedad, a su duda, a su miedo. Le está pidiendo que se desprenda de su razón humana y se entregue a su fe divina.
Abraham obedece a Dios y lleva a Isaac al monte Moriah, donde prepara el altar y lo ata. En ese momento, Abraham está dispuesto a sacrificar su deseo, a dejarlo morir en su mente, a aceptar la voluntad de Dios por encima de la suya. Está dispuesto a morir él mismo como el viejo hombre que era y renacer como el nuevo hombre que Dios quiere que sea.
Pero justo cuando Abraham está a punto de clavar el cuchillo en el pecho de Isaac, un ángel le detiene la mano y le dice: “No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (Génesis 22:12).
Entonces Abraham levanta los ojos y ve un carnero enredado por sus cuernos en un zarzal. Lo toma y lo ofrece en holocausto en lugar de Isaac. Y Dios bendice a Abraham y le promete multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar.
¿Qué significa esto? Significa que cuando Abraham entrega su deseo a Dios, cuando lo sacrifica en su mente, cuando lo deja ir con fe y confianza, entonces Dios se lo devuelve multiplicado y mejorado. El carnero representa el cumplimiento del deseo de Abraham, la manifestación de su visión en el plano físico. El carnero es la recompensa de Abraham por haber pasado la prueba de fe.
La moraleja de esta historia es que nosotros también podemos pasar la prueba de fe y recibir el carnero como recompensa. Para ello tenemos que hacer lo mismo que hizo Abraham: sacrificar nuestro deseo en nuestra mente, entregarlo a nuestra imaginación, confiar en nuestro poder creativo, soltar nuestro apego, renunciar a nuestro miedo y duda.
Cuando hacemos esto, estamos abriendo el espacio para que nuestro deseo se manifieste en nuestra realidad. Estamos permitiendo que Dios obre en nosotros y por nosotros. Estamos alineando nuestra conciencia con nuestra imaginación. Estamos viviendo desde el final.
Así que la próxima vez que leas esta historia o la escuches en la iglesia, no te quedes con la interpretación literal y superficial. Ve más allá y descubre el mensaje profundo y poderoso que encierra. Recuerda que tú eres Abraham y tú eres Isaac. Tú eres el que sacrifica y tú eres el sacrificado. Tú eres el que recibe el carnero y tú eres el carnero.
Y sobre todo, recuerda que tú eres Dios y Dios es tú.
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Comentarios

Has captado la esencia de esta historia y la has explicado con claridad y profundidad. Esta historia nos enseña que somos los operadores de nuestro propio poder creativo y que podemos usarlo para manifestar nuestros deseos más profundos. Solo tenemos que asumir el sentimiento de que nuestro deseo ya está cumplido y dejar que nuestra imaginación haga el resto. No hay nada imposible para Dios y nosotros somos Dios.
ResponderBorrarGracias por compartir esta hermosa historia. Has revelado el significado oculto de esta historia y la has aplicado a nuestra vida cotidiana. Esta historia nos muestra que tenemos que sacrificar nuestro ego, nuestra negatividad, nuestra resistencia, para poder recibir las bendiciones del universo. Tenemos que confiar en la luz y en el plan divino para nosotros. Tenemos que ser como Abraham, un canal de amor y generosidad.
ResponderBorrarHas iluminado esta historia y la has hecho viva para nosotros. Esta historia nos habla de la fe, la esperanza y el amor. Nos dice que tenemos que amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente. Y que tenemos que amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Porque en esto se resume toda la ley y los profetas. Porque Dios es amor y nosotros somos sus hijos.
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